30 de septiembre de 2008

NUESTRO HOGAR CÓSMICO (*)




















IMAGEN DE NUESTRA G
ALAXIA, "LA VÍA LÁCTEA"
























FOTOGRAFÍA SATELITAL DEL PLANETA "TIERRA" (*)




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“No te he dado ni rostro, ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea particular, ¡oh Adán!, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desee, los conquiste y de este modo los poseas por ti mismo. La Naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o un hábil escultor, remates tu propia forma. Podrás, como libre y soberano artífice de ti mismo, degenerar hacia las formas inferiores, que son los brutos; o ascender hacia las cosas superiores, que son divinas".
"Oratio de hominis dignitate". Giovanni Pico della Mirandola (1463 - 1494).
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Aproximaciones a una definición de "Ser humano"

- Ente bio-psico-socio-espiritual.
Habita la Tierra ubicado entre dos dimensiones de la realidad: la biológica, de cuya evolución es producto y por la cual está determinado, y la cultural, que es obra de sí mismo.
Capaz de desarrollar un grado de creatividad superlativo.
Autor de maravillas en las artes, las ciencias y la tecnología.
Creador de los símbolos y los valores, tales como -entre estos últimos- los de Verdad; Bien; Espiritualidad; Ética; Justicia, Belleza, Estética, Altruismo, Solidaridad, Compasión, etc.
Proclive a ejercer y enaltecer la amistad y la solidadaridad con el prójimo y a la realización de actos de nobleza como la abnegación y el altruismo hasta el extremo de sacrificar su propia vida por salvar la de un semejante.

- Evolutivamente, el animal más desarrollado en las funciones cerebrales.
Extremadamente dañino y cruel.
Mata por deporte y diversión o para vivir del producto de sus crímenes.
Autor de genocidios horrendos.
Capaz de cometer las más atroces y abyectas aberraciones en contra de las demás especies y, aún más, de su prójimo; como el asesinato a sueldo, el robo y la corrupción sistemática; el tráfico de esclavos y mujeres; el secuestro; la tortura; el abuso de los menores y los débiles; el exterminio metódico de quienes considera sus enemigos...
Destructor implacable de innumerables especies de animales inferiores y vegetales.
El mayor, el más despiadado y el más eficiente depredador que haya existido sobre la superficie del planeta.

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(*) Este es nuestro diminuto hogar, se llama "Tierra", metafóricamente podemos pensar que está ubicado en una también pequeña localidad cuyo nombre es "Sistema Solar", ubicada en la periferia de una gran ciudad denominada "Vía Láctea", bastante grande pero sólo una más entre innumerables otras -algunas mucho mayores-. Con otras cercanas o vecinas, genéricamente llamadas galaxias, constituidas en cúmulos, conforman países que integran un mundo infinitamente más grande llamado "Universo", cuyos límites se desconocen. Nuestra morada esférica parece muy insignificante, pero es bellísima; increíblemente más hermosa que sus vecinas deshabitadas, aunque la mayoría de estas son de dimensiones mucho mayores. Esto es por la policromía que la distingue del resto. En ella predominan el azul de los océanos y los mares, el verde de las selvas, bosques y praderas, el marrón de las montañas y desiertos y el blanco de las nubes cargadas del agua fertilizante de la tierra productiva. La joya más preciosa del tesoro planetario.
Es la única que tenemos...

Y corre un grave peligro: convertirse también en inhabitable, al menos para la especie humana y una inmensa mayoría de las demás.





Ocurre que, desde hace ya muchos -demasiados- años, parece que sus habitantes más inteligentes, es decir nosotros, los seres humanos, hemos perdido el rumbo y la razón -o, peor aún, simplemente está en nuestra esencia natural, como en la del escorpión de la fábula el picar a la rana que lo transporta a través del río- y lo estamos destruyendo, a una velocidad cada vez mayor. Que somos los más inteligentes, no hay duda alguna; pero tampoco la hay de que somos los únicos que, en virtud de aquel libre albedrío, hemos decidido asumirnos como totalmente irresponsables ante la Naturaleza, escapando de las regulaciones de nuestros ecosistemas y diferenciándonos así de nuestros hermanos menores, los demás animales. Porque que quede claro: ninguno de ellos destruye su propio "habitat" ni, mucho menos, se ocupa de multiplicarse descontroladamente -algo así como la enfermedad llamada cáncer- y, a la vez, de hacer desaparecer especies enteras de otros animales y de los otros seres vivos con quienes compartimos este hogar: las plantas.

Considero que cinco factores concurren a agravar cada vez más esta situación:
  • La sobrepoblación humana
  • La subsecuente y progresiva depredación del planeta, generadora de una creciente escasez de alimentos y recursos no renovables.
  • La monstruosa inequidad en la distribución de los bienes disponibles -con su secuela de hambre, desnutrición infantil, miseria y enfermedad, extremadamente injusta y, por ello, generadora de profundos odios y resentimientos.
  • La anomia creciente en la sociedad humana, con la consiguiente degradación de las normas morales y los principios éticos.
  • El incremento de la violencia intraespecífica justificada bajo diferentes argumentaciones: ideologistas, xenófobas, racistas, religiosas y demás expresiones fanáticas o extremistas de diversos signos y, paralelamente, el aumento incesante de la marginalidad, el crimen y todas las formas de la delincuencia.
Ellos se suceden, combinan, realimentan y potencian mutuamente, en una pavorosa escalada encaminada hacia un apocalíptico final para la especie humana. ¿El fin de los tiempos para el Hombre, que habrá sido en definitiva un producto fallido de la evolución biológica porque terminó autoaniquilándose?




Ahora reflexionemos, ¿por qué está ocurriendo esto?
A mi parecer, a título de hipótesis y reiterando que, a menos que sea una tendencia suicida -o tanática al decir de Freud- natural de la especie y como tal inscripta en sus genes y, por el contrario, considerando que se trate de una actitud cultural transmitida a través de sucesivas generaciones, desde los albores de la cultura el ser humano se ha convencido de ser el amo y señor de todo lo existente. Y no sólo eso, sino que puede arrasar con toda la naturaleza que lo rodea y ponerla a su servicio para su bienestar económico o, peor aún, simplemente por diversión o esparcimiento deportivo o estético.La historia de todas las religiones conocidas atestigua el hecho de que siempre el Hombre se ha considerado un hijo de los dioses y, por lo tanto, con derecho divino para proceder a su antojo en su relación con el medio ambiente. Y así lo ha hecho desde tiempos inmemoriales y lo sigue haciendo... Acaso como un niño rico, consentido y malcriado, que está convencido de tenerlo todo permitido por su Padre Celestial.
¿Sabremos tomar verdadera conciencia de toda esta pavorosa realidad actual y el ominoso panorama que emerge ya en un horizonte no muy lejano? ¿Podremos reaccionar constructiva y reparatoriamente -si es que no es ya demasiado tarde- abandonando esa suerte de eterna adolescencia y asumiendo finalmente una actitud madura propia de una adultez a la que, después de tantos milenios de evolución cultural, hace mucho tiempo ya que deberíamos haber accedido como especie que se ha llamado a sí misma y orgullosamente "Homo Sapiens"? ¿O nos seguiremos aproximando cada vez más velozmente al abismo en un comportamiento similar, como suele decirse metafóricamente, a seguir bailando en la cubierta del "Titanic" sólo que esta vez sabiendo que vamos a chocar con el témpano porque ya está a la vista?
En el peor de los casos, simplemente quiero agregar una consideración final, a título de ensayo predictivo personal:


Los dinosaurios poblaron el planeta durante aproximadamente doscientos millones de años; y desaparecieron por alguna razón aún desconocida, a pesar de varias hipótesis al respecto, hace entre 60 y 80 millones.El ser humano, a partir de su origen en los homínidos de hace 5 millones de años, está en la Tierra desde hace aproximadamente 1 millón, atravesando sucesivas etapas evolutivas que lo llevaron a su acceso a la categoría de "Homo Sapiens" hace sólo 40 mil años aproximadamente. Y la cultura histórica data de no más de 10 mil años.Si seguimos en la dirección que vamos, y a pesar de todos sus esfuerzos, muy probablemente el Hombre no logre destruir el planeta. Pero sí lo va a terminar de devastar logrando así destruirse a sí mismo como especie, al igual que lo está haciendo con tantísimas otras, y va a desaparecer como en su momento los dinosaurios, con la diferencia de que lo habrá hecho por su propia mano y que habrá durado una inmensidad de tiempo menos que aquellos gigantescos reptiles. Si este proceso se da en un tiempo prolongado puede ocurrir otro fenómeno alternativo, no menos ominoso y sombrío. Y es que la humanidad involucione -como paso previo a su desaparición tal como es- dando lugar a mutaciones genéticas degradadas, en un último esfuerzo conservacionista de la Naturaleza en procura de generar nuevas adaptaciones a un medio ambiente crecientemente hostil. Pero, en este último caso, seguramente habrá de descender de la categoría de "Homo Sapiens" para derivar, en una decadencia regresiva, hacia formas biológicas inferiores. La Tierra, en su cotidiano girar alrededor del Sol, tiene aproximadamente la edad de nuestra mediana estrella -o sea 5.000 millones de años, y se calcula que ésta habrá de seguir brillando por otro lapso similar- lo que implica que ese es el tiempo cósmico que nuestro planeta tiene por delante en su movimiento inmutable para nuestros parámetros, alrededor del astro. Ese tiempo es más que suficiente para que este pequeño, pero maravilloso grano de arena en el universo logre regenerar y reconstituir su medio ambiente y sus ecosistemas, y tal vez hasta como para dar lugar a la aparición de otra especie de seres superiores -¿tal vez en unos 60, 80 o 100 millones de años?-, acaso más evolucionada y no autodestructiva, que hallará muchísimas huellas arqueológicas de la humanidad que les hará preguntarse: ¿por qué habrán desaparecido después de haber creado una cultura que produjo tantos portentos...?







Videos agregados para consultar sobre el tema: http://video.google.com/videoplay?docid=-5645724531418649230&hl=es


Notas periodísticas científicas, de interés sobre el tema: http://www.lanacion.com.ar/1106553





(*) Esta es una publicación personal, realizada en mi condición de psicólogo y, a la vez, socio de GREENPEACE ARGENTINA.





Buenos Aires, septiembre de 2008. Reeditado y ampliado, marzo de 2009







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28 de septiembre de 2008

BIOLOGÍA, CULTURA Y AMOR A LOS HIJOS


Ante el reciente y conmovedor suceso ocurrido en la localidad de Rufino, en el que aparecen acusados una madre y un padre por el asesinato de su hija adolescente, deseo formular algunas apreciaciones a partir de la lectura de notas publicadas en medios de prensa de los días posteriores al trágico hecho. En apartados de las crónicas respectivas aparecen opiniones acerca de la cualidad del amor parental, particularmente el materno, formuladas por algunos colegas psicólogos y otros especialistas en disciplinas afines consultados sobre el tema con los que, desde mi rol profesional en los campos de la psicoterapia individual y grupal; y vincular con familias y parejas, discrepo totalmente. Y aclaro que esta discrepancia alude principalmente al cuestionado amor materno, mucho más antiguo filogenéticamente que el paterno -de aparición relativamente reciente en el proceso evolutivo de la especie- dado que en la horda protohumana primitiva el macho alfa cuidaba de la totalidad del grupo a su cargo, incluyendo a las hembras y sus crías, sin reconocer, diferenciar e individualizar a éstas como propias, salvo por el hecho de imponer su autoridad por sobre los demás machos de la banda mediante la fuerza. Esto mismo puede observarse en la actualidad en las bandas de simios en estado salvaje.

Fundamenta mi decisión de escribir este artículo la voluntad de dejar constancia de que, en nuestro campo, existen otras líneas de pensamiento que difieren con la postura consistente en negar la incidencia en el ser humano de pulsiones de raíz filogenética preprogramadas -es decir, innatas o instintivas-, que condicionan y determinan buena parte de nuestro comportamiento; entre ellas, el amor de los padres a los hijos. Entre estas líneas de pensamiento se destacan en nuestro medio los trabajos del Dr. Jaime G. Rojas-Bermúdez quien, en su libro “El núcleo del Yo”, se refiere extensamente a las “Estructuras Genéticas Programadas Internas” -es decir, las que trae el neonato y son parte constitutiva de su aparato psíquico incipiente desde el momento mismo de su concepción en el vientre materno, porque están inscriptas en sus genes- complementarias de las “Externas”, o sea las que le ofrece el medio familiar que lo recibe en su seno y le proporciona la “Matriz de Identidad”, concepto éste originario del médico psiquiatra rumano Jacob Levy Moreno, creador de los métodos socio y psicoterapéutico conocidos mundialmente como “Sociodrama” y “Psicodrama” respectivamente. Cabe agregar que el mismo Sigmund Freud, cuando se refiere a las etapas de la evolución de la libido, que culminan en el acceso a la sexualidad normal, implícitamente está admitiendo la existencia de una preprogramación filogenética específica. Esta, así como da lugar a un nuevo representante de la especie por sus características corporales contenidas en un plan modelador grabado en los cromosomas, también lo hace en lo que respecta a la cimentación embrionaria de lo que será el aparato psíquico. No olvidemos que la filogenia se reitera continuamente en la ontogenia individual o, dicho de otro modo, sabemos que la ontogenia confirma y repite en cada ser los pasos de la filogenia. También Freud alude a lo mismo cuando describe sus célebres “Series Complementarias”, como hitos determinantes en la estructuración del psiquismo humano.

Desde la publicación de "El origen de las especies", por parte de Darwin, sabemos de la existencia de una evolución biológica que por supuesto nos incluye en una línea progresiva en la que, ciertamente, aparecemos como el producto más acabado y perfeccionado, hasta el presente. Nuestros parientes más próximos, los primates antropoides y particularmente el chimpancé, con el que nos diferenciamos en la estructura del ADN en menos del 1%, son cabales -¿y perturbadores?- modelos comparativos al respecto. Pretender negar esto sería equivalente a querer desconocer que la tierra gira alrededor del sol; tales son las evidencias que fundamentan la teoría de la evolución. Tanto es esto así que la Iglesia Católica, quien se opusiera tenazmente a la misma durante casi un siglo y medio, en un pronunciamiento reciente ha terminado por reconocer su validez.
Llamativamente, aún existen científicos sociales -algunos de ellos de renombre- e incluso escuelas de pensamiento psicológico que parecen no tomar nota de estas evidencias en el progreso del conocimiento. En las notas mencionadas al comienzo encontré entrecomilladas -lo que supone una transcripción literal de expresiones emitidas- frases como las siguientes, en referencia al trágico hecho mencionado al comienzo de esta nota: "... el hecho ocurrido rompe con el mito del amor maternal como instinto esencial y natural"; "... el amor como algo que caracteriza la relación entre una mujer y su cría se instala como algo reciente y no es algo natural"; "... el amor maternal no es instintivo, sino cultural"; y "... hay que considerarlo un crimen como cualquier otro y no como realizado por una madre desnaturalizada". Quiero aclarar en este punto que no es mi intención el decir lo contrario en cuanto a la última aseveración. En este caso deberíamos hablar simplemente de una madre y/o padre, psíquicamente enfermos.

Otra de aquellas frases que merece un comentario aparte es la siguiente: "... el amor a los hijos no es instintivo sino que es algo que se aprende". Considero sí que es bueno aprender a ejercer el rol de madre o padre, pero no en su aspecto esencial en cuanto a sentimiento profundamente arraigado en la naturaleza humana, particularmente el de madre, mucho más antiguo filogenéticamente que el de padre. Lo que sí es dable aprender -y es bueno que así se haga- es una gran cantidad de información referente a pautas de cuidados y formas de transmitir la herencia cultural de la especie, así como también estilos pedagógicos dirigidos a la formación educativa de los niños, sobre todo en su período más sensible: el de la estructuración del Yo y el Si Mismo Psicológico, en el que se troquelan los cimientos de la personalidad, en los primeros años de su vida. A este respecto, cabe aclarar que no debemos desconocer o negar la tragedia de no poder amar a los hijos -o, aún peor, el sentir una franca hostilidad hacia ellos, manifiesta o subliminal-, racionalizando esta situación bajo la figura conceptual de que ese sentimiento de amor no es natural; que es algo indefinido que simplemente se aprende -o no- de pautas culturales. Y hablo de tragedia porque considero que esta dolorosa situación implica tanto a los padres, que se ven impedidos de disfrutar de la maravillosa experiencia de procrear y amar plena e incondicionalmente a sus pequeños vástagos, como a los hijos, por las inevitables secuelas patógenas en distintos grados de severidad que esta situación habrá de deparar en ellos, en cuanto a su desarrollo emocional y mental, debidas a las huellas mnémicas que estas carencias afectivas dejarán grabadas en la impronta básica del proceso de estructuración del Yo y la personalidad.

Volviendo a la teoría de la evolución, se sabe que no existe ningún ejemplo, entre los animales superiores y particularmente en el caso de los mamíferos, que no ejerciten el cuidado amoroso de la cría durante tiempos diferenciados según cada especie, obviamente a causa de una selección instintiva calificada como adaptativamente exitosa y absolutamente necesaria para la supervivencia. A menos que el Hombre no pertenezca al reino animal y supuestamente provenga de alguna invasión extraterrestre -aclaro por las dudas que esto está expresado irónicamente-, no existe razón válida para suponer que sería una excepción a esta regla biológica. Todos los trabajos realizados en el campo de la Etología Humana y la Sociobiología fundamentan sobradamente esta aseveración.

Es indudable que las determinaciones genéticas ejercen una presión diferente en el ser humano con respecto a los demás animales. Esta diferencia radica esencialmente en la rigidez del imperativo biológico. El animal es atravesado en su existencia por sus instintos en forma ineludible, lo que define su campo de comportamiento de un modo prácticamente invariable; mientras que el Hombre, al haber alcanzado el raciocinio en su progreso evolutivo, dispone de un margen de flexibilidad completamente diferente en su accionar.

La evolución biológica humana culminó en el prodigioso desarrollo de la corteza cerebral, lugar de localización de las funciones superiores que permitieron, a su vez, el acceso a la producción y evolución de la cultura. Pero este proceso de ninguna manera ha anulado todo lo anterior, en particular la localización de los sentimientos, emociones y pasiones a nivel del tronco cerebral, particularmente en el sistema límbico. En esta admirable síntesis de imbricación biológico-cultural que ha alcanzado nuestra especie, por diversas razones puede ocurrir una innumerable serie de sucesos y combinaciones entre ambos factores fusionados que den lugar a la emergencia tanto de hechos maravillosos -como una excelsa obra de arte o un nuevo y revolucionario descubrimiento científico- como de otros abominables -como el crimen y la tortura, entre innumerables ejemplos-. La cultura, como producto humano, permite acceder a una inimaginable cantidad de logros que nos sorprenden día a día. Y también puede modelar en parte en diferentes formas nuestra dotación instintiva formulada en las preprogramaciones que portamos en nuestra caracterización genética como especie diferenciada de las demás. Pero lo que no puede, de ninguna manera, es hacer surgir un sentimiento inexistente en el plano biológico, como sería nada menos que el amor maternal, según el comentario antes transcripto. Esto sólo podría dar lugar a una imposición de un modelo artificial, de origen externo, y por lo tanto vacío de contenido.
En cuanto a los ejemplos de filicidio mencionados como argumento para plantear la inexistencia del amor maternal cabe consignar, en primer lugar, que nunca ocurrió como práctica sistemática y masiva; en segundo término, que no es cierto que se practicara sin sentimientos de culpa y, por último y paradójicamente, siempre ha tenido lugar prioritariamente como consecuencia de presiones de origen sociocultural y no biológico; como por ejemplo las situaciones de vergüenza social o las derivadas de una injusta distribución de la riqueza.
Comentando un caso de filicidio verificado en una investigación de campo realizada en una tribu de los “eipo”, habitantes de la zona montañosa occidental de Nueva Guinea, comenta el etólogo alemán Irenäus Eibl-Eibesfeldt en su libro "Biología del comportamiento humano", después de relatar el caso: "Hay muchas observaciones que prueban que las madres sólo pueden matar a sus hijos mientras no hayan establecido una relación personal ... tan pronto como le hubiese dado el pecho al niño una sola vez. Por lo tanto no puede decirse que a las madres les resulte fácil matar a su hijo...Dondequiera que contamos con descripciones precisas resulta claro que los adultos experimentan un fuerte conflicto... Afirmar que una madre sana puede llegar a matar "a la ligera" en algún lugar del mundo a su recién nacido supone una notable dosis de orgullo etnocéntrico, una falta de capacidad de comprensión afectiva y una profunda ignorancia. Donde el infanticidio sea necesario por razones de control demográfico, estaremos ante un imperativo cultural experimentado como necesario y al que hay que plegarse. En tales casos se cumplirá la regla de que se debe actuar inmediatamente después del nacimiento, antes de que se afiance el vínculo de la madre con su hijo". (Pág. 225/6. Lo destacado es mío). Al referirse al casi inmediato establecimiento del vínculo materno-filial el autor citado se refiere al conocido fenómeno biológico de la impronta o acuñación -"imprinting" en idioma inglés-, que establece la base del apego amoroso entre la madre y su cría entre los mamíferos. A este respecto coincide plenamente con el eminente creador de la Etología moderna como ciencia del comportamiento instintivo animal y humano, el médico y zoólogo austríaco Konrad Z. Lorenz, quien recibiera el Premio Nobel por sus investigaciones y descubrimientos.
En nuestro medio, el Dr. Arnaldo Rascovsky describió extensamente en escritos y disertaciones las conductas asociadas al filicidio en nuestra sociedad; pero siempre lo hizo considerándolas como manifestaciones psicopatológicas emergentes de un contexto social proclive a actuar como caldo de cultivo generador de tensiones y distorsiones en los lazos familiares y la capacidad de amar de las personas.
Por su parte, el célebre estudioso de la Psicología Evolutiva, también de origen austríaco, Dr. René A. Spitz, en su libro "El primer año de vida", se refiere a las carencias y los trastornos "psicotóxicos" como situaciones originadas, ya sea en abandono en el primer caso, o en distorsiones e insuficiencias en el segundo, en cuanto al suministro afectivo por parte de la progenitora -en orden de mayor y menor gravedad respectivamente-, referidos al daño que puede recibir el niño en su etapa de máxima dependencia con respecto al vínculo con su madre. Y en ambos casos habla de alteraciones psicopatológicas que interfieren o directamente anulan la capacidad amatoria natural del adulto con respecto a su criatura.

La familia primaria, más o menos extendida es, universalmente, el núcleo de la comunidad social humana. Como tal surgió en la evolución desde las hordas de homínidos de hace cinco millones de años, hasta consolidarse luego de la aparición del Hombre actual. Este átomo grupal fue estructurándose a partir de la atracción sexual permanente entre el macho y la hembra -no cíclica como en las demás especies de mamíferos-, lo que derivó en el desarrollo del sentimiento de amor de pareja estable como adquisición evolutiva particularmente humana. Todo este proceso adaptativo aseguró a la especie la posibilidad de su continuidad como tal, al garantizar el cuidado de la prole en su prolongado periodo de infancia y adolescencia.

Sabemos que el ser humano es el que nace más incompleto e indefenso entre todas las especies del reino animal, a tal punto que sucumbiría inevitablemente si no contara con la seguridad del cuidado y protección de los adultos. ¿Qué mejor instrumento podría encontrar la Naturaleza para asegurar esta custodia que el amor incondicional instintivo de los progenitores a sus criaturas?
Y de este mismo núcleo, integrado en comunidades crecientemente mayores fue surgiendo paulatinamente la civilización y su cultura, de la cual nos enorgullecemos legítimamente.

Si este proceso no hubiera estado sólidamente establecido y determinado por un muy fuerte imperativo biológico hubiéramos desaparecido como especie hace mucho tiempo y hoy no estaríamos sobrepoblando el planeta.

Cabe destacar por último que, principalmente a causa de ese mismo hiperdesarrollo sociocultural, también pagamos el alto precio de todas las formas de la psicopatología con sus innumerables manifestaciones de perturbaciones diversas que afloran permanentemente, como podría ser el caso que nos ocupa. Pero esto no debe inducirnos al grave error conceptual de confundir la excepción con la regla; y mucho menos si estamos ubicados en el lugar y la responsabilidad de expertos en el conocimiento del comportamiento humano. Para bien o para mal poseemos la conciencia de la muerte y el libre albedrío como elementos distintivos del resto de las especies. Son logros alcanzados merced al fenomenal desarrollo evolutivo de nuestra corteza cerebral, proceso que permitió la emergencia final de un aparato psíquico enormemente complejo. Esto nos hizo individuos racionales y nos dio autonomía y libertad de pensamiento. Esta misma libertad nos permite a veces actuar en contra de nuestras mismas tendencias instintivas, por razones de diversa índole; y también nos permite negar, si así lo deseamos, que poseemos programaciones genéticas que nos presionan desde nuestro núcleo esencial como seres vivientes.



Buenos Aires, diciembre de 2006


(*) Trabajo inédito. Corregido y ampliado.
Buenos Aires, septiembre de 2008
Derechos de autor reservados






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26 de agosto de 2008

CUANDO LA PAREJA NO FUNCIONA (*)


- INTRODUCCIÓN

El individuo, en su experiencia vivencial cotidiana, sumergido en la estructura social que constituye su medio ambiente y de la que también forma parte, se halla sometido a una cantidad de focos de tensión que presionan sobre su aparato psíquico en grados de intensidad variable. Esta situación, en la medida en que se incrementa en su potencial, constituye el cuadro genéricamente conocido como estrés. Una de las consecuencias de este fenómeno, en el marco de la opresiva condición socio-económica característica del entorno en el que vivimos, es la creciente incidencia de crisis de pareja y de familia, de mayor o menor gravedad, que constatamos frecuentemente en nuestros consultorios.

La estructura vincular actúa como caja de resonancia y se convierte en depositaria de las tensiones provenientes de aquella situación, con su secuela de sentimientos de amargura, frustración, fracaso personal, angustia y depresión. Ante este cuadro, y una vez superado cierto umbral de tolerancia y continencia de amplitud variable, el desencadenamiento del conflicto puede hacerse inevitable, resintiéndose gravemente la solidez de los vínculos, con el riesgo de una cronificación o deterioro progresivos si esto se prolonga en el tiempo sin la atención terapéutica adecuada.

Pero, ¿cómo debe ser el abordaje puntual de esta crisis en el tratamiento de la pareja -como núcleo básico de la familia-, afectada por un conflicto agudo que potencialmente amenaza su armonía presente y futura?

- LA TAREA DEL TERAPEUTA

En primer lugar considero muy importante destacar que el objeto de estudio e intervención en una terapia de pareja es el vínculo entre quienes la integran y no cada uno de ellos considerado individualmente, salvo en lo atinente a la comprensión de los aspectos personales que, conscientemente o no, contribuyen a la sobrecarga de los lazos de unión motivando finalmente la consulta.

Como nota adicional quiero mencionar que en este trabajo me refiero semánticamente al término psicoterapia o terapia vincular, por la habituación en el uso de ambas designaciones, aunque estimo que con mayor propiedad debiera utilizarse la denominación de socioterapia, justamente por el concepto precedente.

El ser humano ha sido definido como un ente bio-psico-socio-espiritual. En función de esta aseveración estimo que la pareja estable también se estructura en un orden de niveles sucesivos que se van haciendo coexistentes y determinantes de un compromiso creciente. Naturalmente el primero es el biológico, referido fundamentalmente a la atracción sexual. Si se da, el progresivo enamoramiento recíproco lleva al acceso al siguiente nivel, el psicológico, cuya esencia es la conciencia, por parte de cada uno de los integrantes de la pareja, de estar en un proceso de integración vincular con el otro que se percibe como un estado de feliz realización. La maduración del vínculo en un proceso positivo de evolución permite el acceso al siguiente nivel, el de la integración social con el entorno, relacionado con el acto de asumirse públicamente de diversas maneras -mostrándose en estado de noviazgo, conviviendo de hecho o mediante el matrimonio, participando el hecho mediante anuncios e invitaciones a ceremonias y fiestas, etc.-, con un proyecto de futuro planificado. Finalmente, las afinidades comunes y compartidas tienden a permitir el logro del nivel de unión de índole espiritual, referida esencialmente a valores compartidos productores de la vivencia de admiración y orgullo por el compañero, accediéndose así a una plenitud altamente deseable como realización posible para la relación de pareja consolidada y madura. La culminación de todos estos pasos en el proceso de estructuración del vínculo permite el acceso al sentimiento compartido que constituye una adquisición evolutiva propia y exclusiva del "homo sapiens", que diferencia claramente a la humana de las demás especies animales: el amor de pareja como elección emanada del libre albedrío, es decir, no programada instintivamente. Hablo de sentimiento y no de emoción, porque lo que caracteriza al primero a diferencia de la segunda es su tendencia a la estabilidad y permanencia, elementos estos que, vale mencionarlo, garantizan la nutrición y el cuidado de la prole en su largo proceso de infancia y adolescencia en una matriz familiar, también específica e inherente al ser humano, con la clara distinción de los roles de madre y padre, este último también emergente como logro reciente en dicho proceso evolutivo.

- El diagnóstico

Ante la emergencia de distorsiones y alteraciones en el proceso de estructuración descrito en el párrafo precedente, que constituyen el motivo de consulta, la primer tarea del terapeuta vincular debe apuntar a la comprensión global de la situación para una mejor ubicación contextual del foco de conflicto y la detección de su incidencia en la estructura del vínculo de la pareja consultante. Vale decir, establecer si la alteración se manifiesta en una mayor apatía o inapetencia sexual; en una creciente incomunicación e indiferencia; en agresiones o desvalorización del otro; en un apartamiento individual o mutuo tendiente a la búsqueda de programas en soledad o con terceras personas; etcétera; todo esto dado en forma individual o mutua. Esta evaluación busca afinar un diagnóstico del estado del vínculo que permita ubicar en cuál de las áreas de integración antes mencionadas está impactando mayormente la situación puntual suscitada, ya sea que esta se haya originado en el seno de la convivencia o en alguno o ambos de los integrantes de la pareja individualmente considerado, y trasladada por el mismo a la relación con el otro, con la consiguiente sobrecarga tensional. Es sumamente importante destacar aquí que, si bien el foco nodal de conflicto suele iniciarse en uno de los niveles de integración vincular ya descriptos, frecuentemente las consecuencias tienden a expandirse y repercutir de un modo sucesivo y creciente generando desavenencias en todas las áreas de engarce de la relación; situación ésta que, a mayor tiempo de demora en la consulta por parte de la pareja a partir del momento de percepción del inicio del malestar vincular suele deparar, para el terapeuta, una mayor complejidad en la detección diagnóstica, en cuanto a la determinación del factor de origen desencadenante de la crisis.

Considero de la mayor importancia mencionar también -aunque sin extenderme en el concepto, el que será objeto de otro trabajo- en esta primer tarea evaluatoria, la relevancia de investigar la estructuración de los roles personales determinantes de la necesaria complementariedad en el vínculo, tanto de la pareja en sí misma como del resto de los miembros involucrados en la situación, si se trata de una familia estructurada, en cuyo caso es imprescindible la detección de la red de roles y vínculos en juego. Me refiero, entre otras, a las formas y modos de interacción, el grado de desarrollo de dichos roles, la posible coexistencia de roles subliminales -es decir, actuados de un modo no consciente-, y suplementarios -o sea, aquéllos que implican conductas de uno tendientes a suplir falencias personales del otro como ocurre, por ejemplo, en los casos de parejas con características simbióticas-, la discriminación entre las complementaciones positivas o sanas y las negativas, derivadas de la posible existencia de una patología psíquica en uno o ambos de quienes integran la relación y que puedan impactar directamente en la trama vincular.

A modo de ejemplo de esto último quiero mencionar expresamente dos manifestaciones psicopatológicas que se observan muy frecuentemente en la clínica. La primera es la disociación sexo-afectiva. Aludo con esta denominación al fenómeno comportamental que se manifiesta en la depositación del lazo afectivo sólido en cuanto al compañerismo, la ternura, la admiración, la confianza y otras vivencias amorosas, en una persona; mientras que para la experiencia del erotismo expresado en pasión y deseo sexual, se busca -muchas veces compulsivamente- a un tercero. La segunda es la espera o exigencia de una incondicionalidad en cuanto a los lazos sentimentales de unión en la pareja, que no es propia de este vínculo sino que normalmente sí corresponde a los vínculos de la matriz familiar primaria; me refiero concretamente a la expectativa de un amor de madre o padre, según quien la experimente, depositada indebidamente en el compañero. Es dable aquí recordar que el vocablo "pareja" etimológicamente deriva del latín "par, paris", que significa igual o semejante. Todo lo mencionado en este último párrafo constituye un motivo para la recomendación de un proceso psicoterapéutico individual para cada uno, paralelo a la realización de la terapia vincular, que frecuentemente se hace ciertamente imprescindible.

Un capítulo aparte, dentro de esta primera etapa diagnóstica y si la pareja consultante posee hijos -o sea si se ha integrado el grupo familiar-, merece la indagación meticulosa acerca de todo lo ocurrido durante la transición de la etapa de pareja a la de familia desde el momento mismo de la decisión de procrear. Si ésta fue adoptada de común acuerdo o no; si hubo algún desacuerdo explícito o encubierto -esto último mucho más si hay hijos adoptivos o, en algunos casos, pertenecientes sólo a uno de los miembros de la díada parental-; en fin: todos los datos que los consultantes recuerden acerca de los momentos previos a la llegada de los niños, particularmente el primero. Y, por supuesto y de mayor relevancia aún, es la investigación acerca de todos los hechos y las vivencias individuales ocurridos a partir del nacimiento de estos -y en el todo el tiempo sucesivo- concomitantes con el crecimiento infantil. Es de la mayor importancia la averiguación de cómo fue asumido y procesado por los integrantes de la pareja el pasaje del vínculo bipersonal a las triangulaciones propias de la red familiar ya establecida; es decir, las interacciones entre los roles propios de la matriz familiar: cónyuges entre sí, padre, madre, hijos y hermanos, siempre y cuando no se trate de un grupo familiar conviviente más extendido, que incluya abuelos, tíos y otros. Es muy frecuente en la consulta el escuchar que este momento de transición fue vivido como un antes y un después por uno o ambos miembros de la pareja. Frases del tipo: "- El noviazgo fue lo mejor de nuestras vidas". "- Sólo entonces fuimos felices y después comenzaron los problemas". "- Ella se volcó totalmente a ser madre y yo dejé de contar, salvo para traer el dinero". "- Poco a poco me fui sintiendo aislado, prácticamente un cero a la izquierda". "- El empezó a borrarse, metiéndose en su trabajo y llegando a casa cada vez más tarde". "- Se fue poniendo cada vez más hosco y malhumorado, como si le molestáramos". "- El sexo se fue espaciando cada vez más, o lo hacemos a las apuradas, porque siempre está cansada, o hay que atender a los chicos, o se pueden despertar y escuchar". "- ¡Como para tener relaciones, con el nene viniéndose todas las noches a la cama por sus miedos y ella que no es capaz de ponerle límites!". "- ¡Y vos tampoco, o acaso querés dejarlo que llore..!", y otras por el estilo, abundan en la práctica clínica.

En este primer tramo del proceso es fundamental indagar, tanto en la entrevista inicial de consulta de la pareja como en las inmediatas subsiguientes, necesariamente de carácter individual -al menos dos con cada uno para conocer la versión propia de la situación sin la presencia condicionante del otro-, sobre el grado de deterioro que el conflicto pueda haber generado en la conservación de la materia prima de la relación, a la que antes aludiera más extensamente: el sentimiento recíproco de amor. Este punto es de fundamental importancia para la determinación del futuro del vínculo.

Estas entrevistas individuales son necesarias para conocer también, tanto la historia afectiva de ambos integrantes de la pareja desde sus vínculos primarios en la matriz familiar de origen -modeladores sin duda de sus maneras de establecer relaciones afectivas en la vida adulta-, como las circunstancias y motivaciones personales que rodearon el período de conocimiento mutuo y el inicio del vínculo con proyecto de futuro; vale decir, cuando se eligieron el uno al otro para constituirse y asumirse como pareja estable, iniciando el noviazgo y la posterior decisión de convivencia. Como ejemplos ilustrativos de esto último voy a mencionar sólo dos, por su incidencia frecuente en la consulta además de, por supuesto, el enamoramiento recíproco como basamento óptimo en el mejor de los casos. Una de dichas circunstancias motivacionales reiteradamente observada es el deseo de alejarse del hogar paterno y el no atreverse a hacerlo yéndose a vivir solo por no considerarlo posible, por prejuicios, temores, dificultades económicas y otros motivos. Otra, también de habitual mención, es la angustia ante la soledad y la necesidad compulsiva de huir de ella aferrándose a alguien, generalmente idealizado, que aparece como tabla de salvación existencial.

La consecución de este primer objetivo diagnóstico permite trazar un plan de tratamiento dirigido a los puntos de tensión y las responsabilidades compartidas, buscando que cada uno logre darse cuenta de su manera de contribuir a un modelo vincular alterado o disfuncionante. Es oportuno destacar aquí que en toda circunstancia de conflicto de pareja ambos son responsables en grados iguales o diferenciados, según sea por acción o por omisión, en cuanto a la participación en la situación.

- La intervención

Una vez establecidas estas definiciones diagnósticas y con un pronóstico aproximado, es posible delinear un plan de tratamiento a corto o mediano plazo, focalizado tanto en los puntos de conflicto detectados como en las características estructurales de las personalidades de ambos solicitantes de la atención profesional. Este plan de tratamiento debe apuntar tanto a la comprensión global de la situación generada como al darse cuenta y el hacerse cargo, por parte de cada uno de los consultantes, de su grado y modo de responsabilidad en el conflicto, sea por acción inadecuada o por omisión de la acción adaptada o reparatoria, según las circunstancias. En esta etapa del proceso, es sumamente importante el acceso a un logro no fácilmente alcanzable; me refiero a que cada uno de los miembros de la pareja pueda colocarse en el lugar del otro y tratar de comprender de esta manera sus motivaciones más profundas promovedoras de actitudes, aún las más dolorosas e inaceptables en su primera lectura.

Otro de los objetivos básicos para el curso del tratamiento es la detección de los modelos vinculares determinantes de acciones, presentes en cada uno de los integrantes de la pareja generalmente de un modo subliminal o inconsciente, y su consecuencia más notoria: las complementaciones en la interacción cotidiana. Estas pueden ser sanas o patológicas. Las primeras, si existen, es muy bueno mencionarlas y resaltarlas para destacar los aspectos positivos de la relación. Las segundas, o sea las generadoras de confusión o malestar en la vida cotidiana, imprescindiblemente deben ser puestas en evidencia para que ambos protagonistas de la situación puedan autoobjetivarse y procuren realizar el esfuerzo de intentar desbaratarlas, a pesar de su segura tendencia a la repetición por la presión de los modelos vinculares primarios no conscientes propios de cada uno.

Aquí se pone en juego tanto la capacidad personal para el reaprendizaje correctivo de comportamientos, como el dominio de las técnicas adecuadas por parte del profesional, en el ejercicio de la función docente de la psicoterapia vincular. De lograrse los objetivos precedentemente descriptos cabe ser optimista en cuanto a la reparación del trastorno relacional y la continuación o construcción de un proyecto futuro satisfactorio. Antes se mencionó la importancia de detectar el grado de conservación o, por el contrario, de deterioro del sentimiento de amor compartido en la pareja -y, dado este último caso, el grado potencial reparatorio subsistente-, estimándolo como la materia prima esencial de la misma. Esto también es primordial en cuanto al resultado final del proceso terapéutico vincular. He mencionado reiteradamente la característica de reciprocidad en el sentimiento para una feliz continuidad posible como un requisito "sine qua non". Quizá resulte una obviedad, pero considero conveniente no dejar de mencionar algo que, no poco frecuentemente, también se presenta en las consultas de pareja. Me refiero al hecho de que uno de ambos integrantes manifieste un sentimiento de perduración de su amor por el otro, cosa que suele hacer más dramática la situación. Lamentablemente, esto no es suficiente para pensar en un buen pronóstico para la relación, independientemente de lo que en definitiva decidan hacer los consultantes.

- BUSCANDO UN FINAL FELIZ

Si bien la propuesta inicial apunta siempre a la finalidad reparatoria del vínculo y su consecuente continuidad, no siempre un tratamiento vincular concluye en el logro de este objetivo. Esto no debe sorprender ni resultar extraño si tenemos en cuenta que la pareja que llega a la consulta suele hacerlo cuando el grado de conflicto ha alcanzado ya un grado alto y peligroso de efervescencia. De un modo metafórico se puede decir que el enfermo llega a la consulta en un estado de gravedad tal que debe ser atendido directamente en la sala de terapia intensiva. Según esto, entonces, en un considerable porcentaje de casos el proceso determina una toma de decisión por sus protagonistas en el sentido de concertar una ruptura, frecuentemente ya instalada en la relación con anterioridad al tratamiento, aunque ello no quisiera asumirse por motivos diversos.

En un número importante de casos, una buena psicoterapia vincular permite -aunque esto pueda parecer paradojal- llegar a realizar una buena separación, de manera adulta, sin la destrucción de lo realizado en común ni de las personas involucradas, valorando lo bueno ya vivido, atenuando las inevitables vivencias de fracaso y -por sobre todo y si ellos existen- preservando el fruto más preciado de la relación: los hijos y sus vínculos con cada uno de sus progenitores.

Lamentablemente, la agresión -cuando no, deplorable aunque ciertamente frecuente, la violencia física directa- instalada de una manera irreparable en la pareja, si no logra ser reconocida, asumida y metabolizada convenientemente, a menudo se traslada a los hijos. Si estos aún son niños y dicha agresión se instrumenta para atacar la figura del otro -cayendo así en el "Síndrome de Alienación Parental" (SAP), de reciente clasificación en la nomenclatura psicopatológica-, esto actúa como un ácido corrosivo que suele infligir un importante daño psíquico en ellos, siendo los miembros más frágiles de la estructura familiar alterada. Esta es la situación prototípica que determina la situación de separación de los padres como traumática para los hijos y no la separación en sí misma, aunque no puede negarse que ésta siempre constituye un hecho doloroso que establece un antes y un después para los lazos familiares. Cabe agregar a esto que, un matrimonio desavenido y sin amor, en el largo plazo también representa una circunstancia traumática que deja huellas mucho más indelebles en la estructura psíquica de los niños en crecimiento y desarrollo personal. Como figura metafórica puede compararse la situación de los hijos de una pareja desavenida y en permanente estado de hostilidad -separada o no-, con un campo de batalla con dos trincheras enfrentadas y un espacio entre ambas. En ese espacio quedan ubicados los niños, quienes pasan así a ser el blanco de los proyectiles cruzados entre los contendientes.

Aunque el resultado final de un tratamiento de esta índole pueda ser la disolución de la relación como estructura preexistente, y reiterando lo antedicho en el sentido de que el objeto del proceso es el vínculo y no las personas que lo integran consideradas como individuos, se debe considerar que, agotados los intentos de reconciliación y si el tratamiento fue la última instancia, esto puede ser lo mejor en cuanto al futuro personal de ambos protagonistas de la situación. Es bueno pensar que se tiene derecho a otra oportunidad en la vida.

A modo de cierre, y con respecto a esta última alternativa para la psicoterapia de una pareja en la que se ha extinguido definitivamente el amor compartido, no deseada pero posible, cabe reflexionar aquí acerca de la sabiduría del viejo y conocido adagio que dice: “Lo que Natura non da, Salamanca non presta”. Esto es bueno recordarlo y reconocerlo, tanto por los consultantes como por el terapeuta de pareja, y nunca dejarlo de tener presente.


Buenos Aires, junio de 1999



(*) Trabajo publicado. Reedición corregida y ampliada.

Buenos Aires, agosto de 2008

Derechos de autor reservados



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