26 de agosto de 2008

CUANDO LA PAREJA NO FUNCIONA (*)


- INTRODUCCIÓN

El individuo, en su experiencia vivencial cotidiana, sumergido en la estructura social que constituye su medio ambiente y de la que también forma parte, se halla sometido a una cantidad de focos de tensión que presionan sobre su aparato psíquico en grados de intensidad variable. Esta situación, en la medida en que se incrementa en su potencial, constituye el cuadro genéricamente conocido como estrés. Una de las consecuencias de este fenómeno, en el marco de la opresiva condición socio-económica característica del entorno en el que vivimos, es la creciente incidencia de crisis de pareja y de familia, de mayor o menor gravedad, que constatamos frecuentemente en nuestros consultorios.

La estructura vincular actúa como caja de resonancia y se convierte en depositaria de las tensiones provenientes de aquella situación, con su secuela de sentimientos de amargura, frustración, fracaso personal, angustia y depresión. Ante este cuadro, y una vez superado cierto umbral de tolerancia y continencia de amplitud variable, el desencadenamiento del conflicto puede hacerse inevitable, resintiéndose gravemente la solidez de los vínculos, con el riesgo de una cronificación o deterioro progresivos si esto se prolonga en el tiempo sin la atención terapéutica adecuada.

Pero, ¿cómo debe ser el abordaje puntual de esta crisis en el tratamiento de la pareja -como núcleo básico de la familia-, afectada por un conflicto agudo que potencialmente amenaza su armonía presente y futura?

- LA TAREA DEL TERAPEUTA

En primer lugar considero muy importante destacar que el objeto de estudio e intervención en una terapia de pareja es el vínculo entre quienes la integran y no cada uno de ellos considerado individualmente, salvo en lo atinente a la comprensión de los aspectos personales que, conscientemente o no, contribuyen a la sobrecarga de los lazos de unión motivando finalmente la consulta.

Como nota adicional quiero mencionar que en este trabajo me refiero semánticamente al término psicoterapia o terapia vincular, por la habituación en el uso de ambas designaciones, aunque estimo que con mayor propiedad debiera utilizarse la denominación de socioterapia, justamente por el concepto precedente.

El ser humano ha sido definido como un ente bio-psico-socio-espiritual. En función de esta aseveración estimo que la pareja estable también se estructura en un orden de niveles sucesivos que se van haciendo coexistentes y determinantes de un compromiso creciente. Naturalmente el primero es el biológico, referido fundamentalmente a la atracción sexual. Si se da, el progresivo enamoramiento recíproco lleva al acceso al siguiente nivel, el psicológico, cuya esencia es la conciencia, por parte de cada uno de los integrantes de la pareja, de estar en un proceso de integración vincular con el otro que se percibe como un estado de feliz realización. La maduración del vínculo en un proceso positivo de evolución permite el acceso al siguiente nivel, el de la integración social con el entorno, relacionado con el acto de asumirse públicamente de diversas maneras -mostrándose en estado de noviazgo, conviviendo de hecho o mediante el matrimonio, participando el hecho mediante anuncios e invitaciones a ceremonias y fiestas, etc.-, con un proyecto de futuro planificado. Finalmente, las afinidades comunes y compartidas tienden a permitir el logro del nivel de unión de índole espiritual, referida esencialmente a valores compartidos productores de la vivencia de admiración y orgullo por el compañero, accediéndose así a una plenitud altamente deseable como realización posible para la relación de pareja consolidada y madura. La culminación de todos estos pasos en el proceso de estructuración del vínculo permite el acceso al sentimiento compartido que constituye una adquisición evolutiva propia y exclusiva del "homo sapiens", que diferencia claramente a la humana de las demás especies animales: el amor de pareja como elección emanada del libre albedrío, es decir, no programada instintivamente. Hablo de sentimiento y no de emoción, porque lo que caracteriza al primero a diferencia de la segunda es su tendencia a la estabilidad y permanencia, elementos estos que, vale mencionarlo, garantizan la nutrición y el cuidado de la prole en su largo proceso de infancia y adolescencia en una matriz familiar, también específica e inherente al ser humano, con la clara distinción de los roles de madre y padre, este último también emergente como logro reciente en dicho proceso evolutivo.

- El diagnóstico

Ante la emergencia de distorsiones y alteraciones en el proceso de estructuración descrito en el párrafo precedente, que constituyen el motivo de consulta, la primer tarea del terapeuta vincular debe apuntar a la comprensión global de la situación para una mejor ubicación contextual del foco de conflicto y la detección de su incidencia en la estructura del vínculo de la pareja consultante. Vale decir, establecer si la alteración se manifiesta en una mayor apatía o inapetencia sexual; en una creciente incomunicación e indiferencia; en agresiones o desvalorización del otro; en un apartamiento individual o mutuo tendiente a la búsqueda de programas en soledad o con terceras personas; etcétera; todo esto dado en forma individual o mutua. Esta evaluación busca afinar un diagnóstico del estado del vínculo que permita ubicar en cuál de las áreas de integración antes mencionadas está impactando mayormente la situación puntual suscitada, ya sea que esta se haya originado en el seno de la convivencia o en alguno o ambos de los integrantes de la pareja individualmente considerado, y trasladada por el mismo a la relación con el otro, con la consiguiente sobrecarga tensional. Es sumamente importante destacar aquí que, si bien el foco nodal de conflicto suele iniciarse en uno de los niveles de integración vincular ya descriptos, frecuentemente las consecuencias tienden a expandirse y repercutir de un modo sucesivo y creciente generando desavenencias en todas las áreas de engarce de la relación; situación ésta que, a mayor tiempo de demora en la consulta por parte de la pareja a partir del momento de percepción del inicio del malestar vincular suele deparar, para el terapeuta, una mayor complejidad en la detección diagnóstica, en cuanto a la determinación del factor de origen desencadenante de la crisis.

Considero de la mayor importancia mencionar también -aunque sin extenderme en el concepto, el que será objeto de otro trabajo- en esta primer tarea evaluatoria, la relevancia de investigar la estructuración de los roles personales determinantes de la necesaria complementariedad en el vínculo, tanto de la pareja en sí misma como del resto de los miembros involucrados en la situación, si se trata de una familia estructurada, en cuyo caso es imprescindible la detección de la red de roles y vínculos en juego. Me refiero, entre otras, a las formas y modos de interacción, el grado de desarrollo de dichos roles, la posible coexistencia de roles subliminales -es decir, actuados de un modo no consciente-, y suplementarios -o sea, aquéllos que implican conductas de uno tendientes a suplir falencias personales del otro como ocurre, por ejemplo, en los casos de parejas con características simbióticas-, la discriminación entre las complementaciones positivas o sanas y las negativas, derivadas de la posible existencia de una patología psíquica en uno o ambos de quienes integran la relación y que puedan impactar directamente en la trama vincular.

A modo de ejemplo de esto último quiero mencionar expresamente dos manifestaciones psicopatológicas que se observan muy frecuentemente en la clínica. La primera es la disociación sexo-afectiva. Aludo con esta denominación al fenómeno comportamental que se manifiesta en la depositación del lazo afectivo sólido en cuanto al compañerismo, la ternura, la admiración, la confianza y otras vivencias amorosas, en una persona; mientras que para la experiencia del erotismo expresado en pasión y deseo sexual, se busca -muchas veces compulsivamente- a un tercero. La segunda es la espera o exigencia de una incondicionalidad en cuanto a los lazos sentimentales de unión en la pareja, que no es propia de este vínculo sino que normalmente sí corresponde a los vínculos de la matriz familiar primaria; me refiero concretamente a la expectativa de un amor de madre o padre, según quien la experimente, depositada indebidamente en el compañero. Es dable aquí recordar que el vocablo "pareja" etimológicamente deriva del latín "par, paris", que significa igual o semejante. Todo lo mencionado en este último párrafo constituye un motivo para la recomendación de un proceso psicoterapéutico individual para cada uno, paralelo a la realización de la terapia vincular, que frecuentemente se hace ciertamente imprescindible.

Un capítulo aparte, dentro de esta primera etapa diagnóstica y si la pareja consultante posee hijos -o sea si se ha integrado el grupo familiar-, merece la indagación meticulosa acerca de todo lo ocurrido durante la transición de la etapa de pareja a la de familia desde el momento mismo de la decisión de procrear. Si ésta fue adoptada de común acuerdo o no; si hubo algún desacuerdo explícito o encubierto -esto último mucho más si hay hijos adoptivos o, en algunos casos, pertenecientes sólo a uno de los miembros de la díada parental-; en fin: todos los datos que los consultantes recuerden acerca de los momentos previos a la llegada de los niños, particularmente el primero. Y, por supuesto y de mayor relevancia aún, es la investigación acerca de todos los hechos y las vivencias individuales ocurridos a partir del nacimiento de estos -y en el todo el tiempo sucesivo- concomitantes con el crecimiento infantil. Es de la mayor importancia la averiguación de cómo fue asumido y procesado por los integrantes de la pareja el pasaje del vínculo bipersonal a las triangulaciones propias de la red familiar ya establecida; es decir, las interacciones entre los roles propios de la matriz familiar: cónyuges entre sí, padre, madre, hijos y hermanos, siempre y cuando no se trate de un grupo familiar conviviente más extendido, que incluya abuelos, tíos y otros. Es muy frecuente en la consulta el escuchar que este momento de transición fue vivido como un antes y un después por uno o ambos miembros de la pareja. Frases del tipo: "- El noviazgo fue lo mejor de nuestras vidas". "- Sólo entonces fuimos felices y después comenzaron los problemas". "- Ella se volcó totalmente a ser madre y yo dejé de contar, salvo para traer el dinero". "- Poco a poco me fui sintiendo aislado, prácticamente un cero a la izquierda". "- El empezó a borrarse, metiéndose en su trabajo y llegando a casa cada vez más tarde". "- Se fue poniendo cada vez más hosco y malhumorado, como si le molestáramos". "- El sexo se fue espaciando cada vez más, o lo hacemos a las apuradas, porque siempre está cansada, o hay que atender a los chicos, o se pueden despertar y escuchar". "- ¡Como para tener relaciones, con el nene viniéndose todas las noches a la cama por sus miedos y ella que no es capaz de ponerle límites!". "- ¡Y vos tampoco, o acaso querés dejarlo que llore..!", y otras por el estilo, abundan en la práctica clínica.

En este primer tramo del proceso es fundamental indagar, tanto en la entrevista inicial de consulta de la pareja como en las inmediatas subsiguientes, necesariamente de carácter individual -al menos dos con cada uno para conocer la versión propia de la situación sin la presencia condicionante del otro-, sobre el grado de deterioro que el conflicto pueda haber generado en la conservación de la materia prima de la relación, a la que antes aludiera más extensamente: el sentimiento recíproco de amor. Este punto es de fundamental importancia para la determinación del futuro del vínculo.

Estas entrevistas individuales son necesarias para conocer también, tanto la historia afectiva de ambos integrantes de la pareja desde sus vínculos primarios en la matriz familiar de origen -modeladores sin duda de sus maneras de establecer relaciones afectivas en la vida adulta-, como las circunstancias y motivaciones personales que rodearon el período de conocimiento mutuo y el inicio del vínculo con proyecto de futuro; vale decir, cuando se eligieron el uno al otro para constituirse y asumirse como pareja estable, iniciando el noviazgo y la posterior decisión de convivencia. Como ejemplos ilustrativos de esto último voy a mencionar sólo dos, por su incidencia frecuente en la consulta además de, por supuesto, el enamoramiento recíproco como basamento óptimo en el mejor de los casos. Una de dichas circunstancias motivacionales reiteradamente observada es el deseo de alejarse del hogar paterno y el no atreverse a hacerlo yéndose a vivir solo por no considerarlo posible, por prejuicios, temores, dificultades económicas y otros motivos. Otra, también de habitual mención, es la angustia ante la soledad y la necesidad compulsiva de huir de ella aferrándose a alguien, generalmente idealizado, que aparece como tabla de salvación existencial.

La consecución de este primer objetivo diagnóstico permite trazar un plan de tratamiento dirigido a los puntos de tensión y las responsabilidades compartidas, buscando que cada uno logre darse cuenta de su manera de contribuir a un modelo vincular alterado o disfuncionante. Es oportuno destacar aquí que en toda circunstancia de conflicto de pareja ambos son responsables en grados iguales o diferenciados, según sea por acción o por omisión, en cuanto a la participación en la situación.

- La intervención

Una vez establecidas estas definiciones diagnósticas y con un pronóstico aproximado, es posible delinear un plan de tratamiento a corto o mediano plazo, focalizado tanto en los puntos de conflicto detectados como en las características estructurales de las personalidades de ambos solicitantes de la atención profesional. Este plan de tratamiento debe apuntar tanto a la comprensión global de la situación generada como al darse cuenta y el hacerse cargo, por parte de cada uno de los consultantes, de su grado y modo de responsabilidad en el conflicto, sea por acción inadecuada o por omisión de la acción adaptada o reparatoria, según las circunstancias. En esta etapa del proceso, es sumamente importante el acceso a un logro no fácilmente alcanzable; me refiero a que cada uno de los miembros de la pareja pueda colocarse en el lugar del otro y tratar de comprender de esta manera sus motivaciones más profundas promovedoras de actitudes, aún las más dolorosas e inaceptables en su primera lectura.

Otro de los objetivos básicos para el curso del tratamiento es la detección de los modelos vinculares determinantes de acciones, presentes en cada uno de los integrantes de la pareja generalmente de un modo subliminal o inconsciente, y su consecuencia más notoria: las complementaciones en la interacción cotidiana. Estas pueden ser sanas o patológicas. Las primeras, si existen, es muy bueno mencionarlas y resaltarlas para destacar los aspectos positivos de la relación. Las segundas, o sea las generadoras de confusión o malestar en la vida cotidiana, imprescindiblemente deben ser puestas en evidencia para que ambos protagonistas de la situación puedan autoobjetivarse y procuren realizar el esfuerzo de intentar desbaratarlas, a pesar de su segura tendencia a la repetición por la presión de los modelos vinculares primarios no conscientes propios de cada uno.

Aquí se pone en juego tanto la capacidad personal para el reaprendizaje correctivo de comportamientos, como el dominio de las técnicas adecuadas por parte del profesional, en el ejercicio de la función docente de la psicoterapia vincular. De lograrse los objetivos precedentemente descriptos cabe ser optimista en cuanto a la reparación del trastorno relacional y la continuación o construcción de un proyecto futuro satisfactorio. Antes se mencionó la importancia de detectar el grado de conservación o, por el contrario, de deterioro del sentimiento de amor compartido en la pareja -y, dado este último caso, el grado potencial reparatorio subsistente-, estimándolo como la materia prima esencial de la misma. Esto también es primordial en cuanto al resultado final del proceso terapéutico vincular. He mencionado reiteradamente la característica de reciprocidad en el sentimiento para una feliz continuidad posible como un requisito "sine qua non". Quizá resulte una obviedad, pero considero conveniente no dejar de mencionar algo que, no poco frecuentemente, también se presenta en las consultas de pareja. Me refiero al hecho de que uno de ambos integrantes manifieste un sentimiento de perduración de su amor por el otro, cosa que suele hacer más dramática la situación. Lamentablemente, esto no es suficiente para pensar en un buen pronóstico para la relación, independientemente de lo que en definitiva decidan hacer los consultantes.

- BUSCANDO UN FINAL FELIZ

Si bien la propuesta inicial apunta siempre a la finalidad reparatoria del vínculo y su consecuente continuidad, no siempre un tratamiento vincular concluye en el logro de este objetivo. Esto no debe sorprender ni resultar extraño si tenemos en cuenta que la pareja que llega a la consulta suele hacerlo cuando el grado de conflicto ha alcanzado ya un grado alto y peligroso de efervescencia. De un modo metafórico se puede decir que el enfermo llega a la consulta en un estado de gravedad tal que debe ser atendido directamente en la sala de terapia intensiva. Según esto, entonces, en un considerable porcentaje de casos el proceso determina una toma de decisión por sus protagonistas en el sentido de concertar una ruptura, frecuentemente ya instalada en la relación con anterioridad al tratamiento, aunque ello no quisiera asumirse por motivos diversos.

En un número importante de casos, una buena psicoterapia vincular permite -aunque esto pueda parecer paradojal- llegar a realizar una buena separación, de manera adulta, sin la destrucción de lo realizado en común ni de las personas involucradas, valorando lo bueno ya vivido, atenuando las inevitables vivencias de fracaso y -por sobre todo y si ellos existen- preservando el fruto más preciado de la relación: los hijos y sus vínculos con cada uno de sus progenitores.

Lamentablemente, la agresión -cuando no, deplorable aunque ciertamente frecuente, la violencia física directa- instalada de una manera irreparable en la pareja, si no logra ser reconocida, asumida y metabolizada convenientemente, a menudo se traslada a los hijos. Si estos aún son niños y dicha agresión se instrumenta para atacar la figura del otro -cayendo así en el "Síndrome de Alienación Parental" (SAP), de reciente clasificación en la nomenclatura psicopatológica-, esto actúa como un ácido corrosivo que suele infligir un importante daño psíquico en ellos, siendo los miembros más frágiles de la estructura familiar alterada. Esta es la situación prototípica que determina la situación de separación de los padres como traumática para los hijos y no la separación en sí misma, aunque no puede negarse que ésta siempre constituye un hecho doloroso que establece un antes y un después para los lazos familiares. Cabe agregar a esto que, un matrimonio desavenido y sin amor, en el largo plazo también representa una circunstancia traumática que deja huellas mucho más indelebles en la estructura psíquica de los niños en crecimiento y desarrollo personal. Como figura metafórica puede compararse la situación de los hijos de una pareja desavenida y en permanente estado de hostilidad -separada o no-, con un campo de batalla con dos trincheras enfrentadas y un espacio entre ambas. En ese espacio quedan ubicados los niños, quienes pasan así a ser el blanco de los proyectiles cruzados entre los contendientes.

Aunque el resultado final de un tratamiento de esta índole pueda ser la disolución de la relación como estructura preexistente, y reiterando lo antedicho en el sentido de que el objeto del proceso es el vínculo y no las personas que lo integran consideradas como individuos, se debe considerar que, agotados los intentos de reconciliación y si el tratamiento fue la última instancia, esto puede ser lo mejor en cuanto al futuro personal de ambos protagonistas de la situación. Es bueno pensar que se tiene derecho a otra oportunidad en la vida.

A modo de cierre, y con respecto a esta última alternativa para la psicoterapia de una pareja en la que se ha extinguido definitivamente el amor compartido, no deseada pero posible, cabe reflexionar aquí acerca de la sabiduría del viejo y conocido adagio que dice: “Lo que Natura non da, Salamanca non presta”. Esto es bueno recordarlo y reconocerlo, tanto por los consultantes como por el terapeuta de pareja, y nunca dejarlo de tener presente.


Buenos Aires, junio de 1999



(*) Trabajo publicado. Reedición corregida y ampliada.

Buenos Aires, agosto de 2008

Derechos de autor reservados



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